ARMERO: DEL
RUIDO AL OLVIDO
La muerte no es más que el comienzo de la vida. ¡No son los muertos los que
en dulce calma! La paz disfrutan en la tumba fría; muertos son: los que tienen
muerta el alma y aún viven todavía. D. León.”.
Muy de vez en cuando, transito por la carretera Ibagué-Mariquita, y
en alguna parte se encuentra uno con una valla, que dice: “Parque a la vida.
Unidos honraremos la memoria de nuestros seres queridos. Gobernación del
Tolima. Alcaldía Armero-Guayabal. Corporación Armero Parque a la vida”. Es la
entrada a lo que una vez fue Armero.
Por la carretera principal que se transita, solo quedan los
esqueletos retorcidos de las edificaciones, que alguna vez estuvieron de pie.
Del Hospital San Lorenzo, tan solo emergen del suelo, el que fue ultimo
piso…los tres restantes, se los trago el lodo, del que ahora, renace la vida y
una vegetación abundante cubre la ruina del centro hospitalario.
La primera vez que por allí pasé y aun cuando hoy, lo hago, no dejar de
pensar de que otrora, allí mismo, se asentó una población prospera, como todas
las del norte del Tolima, con una economía propia y una vida organizada. Hoy,
allí, en ese mismo lugar, ahí es un pueblo fantasma, con un aspecto
triste y desértico, lleno de cruce… ¡que ironía…lo único de Armero, que no
sufrió daño alguno, fue su cementerio, levantado en la colina mas alta del
pueblo…lo único que respeto la muerte…fue a sus propios muertos.
Una sola vez, me dio por adentrarme en esa sobrecogedora soledad: Llego al
Parque Fundadores, donde se levanta la inmensa cruz blanca donde S.S.
Juan Pablo II oró y lloro de rodillas, un 6 de julio de 1986, a
siete meses y 23 días de ocurrida la tragedia.
Piensa uno ahí, sí hubo la posibilidad de que gran parte de la
población que allí vivía, se hubiera podido salvar si se hubiese habido un plan
de emergencias, pero, ya para que pensar en lo que no fue, lo importante es que
ojala no volvamos a ser tan imprevisivos e irresponsables con nosotros
mismos, pues parece ser que eso fuimos por entonces.
Mas adelante esta el “Monumento a la Vida” realizado por el artista
Hernán Darío Nova, el cual se levanta en el centro del antiguo parque
principal, y compuesto de cuatro columnas que representan los puntos cardinales
y un relieve del tejido arquitectónico del antiguo Armero.
Una guía, por que las hay, condujo ese día a unos turistas hacia la bóveda
del Banco de Colombia. No resistimos la tentación y nos pegamos: queda la caja
fuerte intacta , ahora llena maleza, telarañas, musgo, moho y dos lapidas de mármol
con los nombres de los empleados desaparecidos, junto con mas de 22.0000
habitantes de la pujante ciudad de la que no quedo nada en pie
Deambulamos por la tristeza y de pronto llegamos al sitio más emblemático
de este paisaje desolador: la tumba de Omaira Sánchez, símbolo de la tragedia y
en la que hay más de 120 placas de acción de gracias por los favores, por que,
a la niña , la volvieron santa, y hay también una valla gigante con una
frase: “Fuiste una niña dulce y bella, ejemplo de humildad y de dulzura, tu
paciencia de santa consumada conmovió el duro corazón del hombre, ibas por los
verdes caminos de tu pueblo nativo Armero, ardiente el sol sonreía sobre tus
cabellos, tus dulces ojos contemplaban las fértiles tierras colmadas de
algodonales, arrozales y cafetales.” Una fotografía de Omaira, en vida,
vestida con traje típico y la imagen agonizante que puso al mundo.
Pasada la tragedia, los armeritas sobrevivientes, empezaron a levantar
las tumbas donde creían que habían quedado sus familiares y amigos
muertos, y se plasmaron frases de todo tipo, siendo la que mas me impacto
, por su belleza y crueldad, pero llena de realidad, escrita cerca de una mole
gigantesca de piedra que trajo la avalancha, y la que se lee:.¡No son los
muertos los que en dulce calma! La paz disfrutan en la tumba fría; muertos son:
los que tienen muerta el alma y aún viven todavía. D. León.”.
Ya cuando, salíamos de esta terrible soledad y penuria, el ruido, que nos
acompaño desde el inicio, de la visita, se hizo mas ensordecedor y doloroso… y
no era el ruido de la ciudad despierta y viva…sino un ruido mas estridente y
penetrante…si, no hay nada mas, que perfore los oídos…que el ruido del dolor,
que el ruido de la tristeza…que el ruido del olvido. Nunca más volví.
(Con
la imagen de Omayra, Frank Fournier se llevó
el premio World Press Photo a la mejor fotografía del año 1985)
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